La serie se vende como «thriller tributario» y está a medio camino entre el boceto, la españolada y la propaganda sanchista más voraz.
Como suele suceder en nuestro país, el que más habla es quien más tiene que callar. Machi hizo una promoción indicando que había que humanizar a los inspectores de Hacienda e incluso recordando la importancia de pagar impuestos para recibir servicios a cambio. Curiosa su forma de expresarse cuando hace algunas semanas fue condenada a pagar más de 83 000 euros a la Agencia Tributaria por no hacer, precisamente, lo que promocionaba.
Respecto a la serie pues hay que indicar que el guion está cogido con alfileres y que se mezclan temas como la soledad del artista, la corrupción o la inspección a la vida de la protagonista sin demasiado sentido. Ni el final, ni el desarrollo llevan a ninguna parte. Es cierto que hay destellos de genialidad interpretativa por parte de Antonio Durán, Manolo Solo, Marc Soler y Clara Sans, al menos son creíbles en su trabajo.
El trabajo de Machi nos parece correcto, pero no para que se le de tanta publicidad, ya que su personaje no se presta, precisamente, a derroches actorales y sí a la frialdad de movimientos. En definitiva, es una serie que se deja ver, pero que es más el ruido que las nueces.
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