Joaquín Reyes no ha sido nunca santo de mi devoción. Valoro su esfuerzo por renovar el humor y por aportar algo distinto, pero no me hace gracia. Aun así, decidí darle una oportunidad a su novela para comprobar si tenía talento literario.
La verdad es que no. Lo de narrar una historia casi en primera persona de los avatares de un monologuista es un recurso tan manido como poco eficaz. Usar cuatro palabras que repite hasta la saciedad, repasar los tópicos e incluso dejar las frases sin lijar ni aporta naturalidad, ni engancha al lector.
Podría haber conseguido su propósito si se hubiera centrado algo más en potenciar lo relativo a la crisis de los 40 del protagonista. Lo malo es que cuando podría haberlo hecho prefiere terminar la novela de forma abrupta confirmando así su incapacidad literaria. Libro donut perfecto para leer durante un viaje y tirar en el contenedor de papel reciclado de la estación o el aeropuerto correspondiente.
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