Sala U de un aeropuerto del norte. Mientras esperaba para embarcar en el vuelo que me devolvía a mi agujero observo, en un bar al lado de la cola, a una guapa pelirroja. Sentada en su mesa, con los auriculares puestos, miraba su móvil y lloraba desconsolada. Se agarraba a su taza de café y tecleaba en su móvil de forma frenética. No tenía consuelo. Nadie se acercó a preguntarle cómo estaba, yo tampoco. Miré hacia el otro lado por no sé qué motivo y cuando giré mi cabeza ella ya no estaba. Sola entre cientos de personas como símbolo de lo que nos sucedía a todos los que allí estábamos.
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