Ni su tanga negro,
ni sus rizos,
ni sus uñas de los pies pintadas de rojo,
ni su móvil,
ni su voz,
ni su olor,
ni su boca,
ni su forma de besar,
ni su personalidad,
ni su carisma,
ni su teórico amor por mí,
ni su portazo,
ni su adiós.
No me quedó nada de ella,
ni el olvido.
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