Tras leer en varios medios que las taquillas de los cines se han visto obligadas a poner un cartelito explicativo en el que explica que la película no tiene sonido, me decidí a verla. La considero un clásico del cine de verdad, del que se hacía en los años 30 y que aún no estaba contaminado por la industria cinematográfica que cambió la forma de contar historias en la gran pantalla
La película se convierte por lo tanto en una historia contada tal y como deberían contarse las historias. No hay escenas con canciones insoportables, no hay tomas en las que se ve un coche entrando en una calle y luego el conductor entra en su casa y se prepara unos huevos revueltos y tampoco hay metraje perdido, todo es acción y narración.
La historia de George Valentin, un actor de cine mudo que no se adapta al cine sonoro, se nos antoja como una nueva Eva al desnudo que nos ha conquistado. La interpretación magistral de Jean Dujardin supone todo un hallazgo y la de Bérénice Bejo, como Peppy Miller, no es menos. Ambos se merecen el Oscar por su trabajo.
La emoción, la intriga, los gestos, la espléndida fotografía y una historia que no por manida tiene menos calidad conforman los pilares sobre los que se asienta esta historia que no sólo merece todos los Oscars a los que aspira sino que debe formar parte de tu colección particular para algún día volver a verla y volver a sentir cómo era el cine hace 80 años y por qué jamás debió cambiar.
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