El propio Eduardo Mendoza ha comentado, en una entrevista promocional, que "estaba escribiendo algo serio y se me cruzó esta historia". El mejor escritor en español de los últimos 20 años tiene bien claro que estas novelas, protagonizadas por un personaje que podría ser su alter ego, son algo menor aunque ni las ventas de las mismas ni su contenido sean, precisamente, nada baladí. El regreso del detective sin nombre es fantástico.
Todo lo anterior es una excusa en la que se perderán los lectores que prefieran quedarse en lo anecdótico. En el fondo esta novela es mucho más cervantina que las anteriores, incluye destellos que recuerdan a Groucho Marx o a Woody Allen y esconde una evidente crítica a esa Barcelona de la Señorita Pepis que la Generalidad (o el General Tat que dirían los chinos anteriormente citados) se ha empeñado en crear. Una ciudad de quietistas, chinos (que al final se quedan hasta con la peluquería del protagonista), marroquíes, bares en quiebra y salones de señoras sin clientas es lo que se puede visitar si se pasea por el falso barrio "gótico" de 1929.
El resultado de todo lo anterior es posiblemente la mejor novela de la serie. Si bien el argumento es el habitual, un caso que hay que resolver de la manera más disparatada, Mendoza hace mayor hincapié en la psicología del personaje, en la ruina que nos asola y en el país que somos en estos momentos. Él mismo lo dijo en una reciente entrevista concedida a El País , “Con la crisis hemos recuperado algo que no debimos olvidar, que este es un país pobre y cutre”. Quizás por eso haya que reflexionar sobre sus palabras, “Si esta novela tuviera moraleja sería: ‘Y yo qué sé”. No hay ni un
muerto en esta historia. Llegas a una edad en que te das cuenta de que
no hay que matar a nadie”. Obra maestra.
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