Iba yo en uno de esos trenes de cuya ciudad no quiero acordarme cuando presencié una curiosa escena. Cargados de maletas llegaron un matrimonio formado por un español y una brasileña. Una niña de unos nueve años, un chico de unos seis, una de cinco y una pequeña completaban el conjunto. La abuela española de los niños no paraba de preguntarles cosas como los colores o los objetos en inglés y español. El español agasajaba a su brasileña y la niña más pequeña me daba patadas en el muslo mientras me sonreía.
Planeaban la llegada a su casa en España. La abuela organizaba cómo iban a dormir, el español no hablaba, la brasileña sólo sonreía y el chico no paraba de golpear, comer y gritar por todas partes. Cuatro maletas como ataúdes, muchas sonrisas y mucho esfuerzo para abandonar el vagón pusieron el punto final a este encuentro. Sólo el destino sabe qué les tiene reservados.
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