domingo, 25 de mayo de 2014

Ruth


Se llamaba, y se llama, Ruth. Es holandesa. Usó conmigo las clásicas tácticas de los adictos a las drogas para parecer una pobre indefensa y aprovecharse de mí. Le ayudé cuando llegó a España tanto a ubicarse en una ciudad cercana como a arreglar y a amueblar dos apartamentos que solía alquilarles a los turistas. Tenía dinero gracias a su familia pero me pedía dinero prestado. Me ofrecía conversación y siempre bromeaba con, cuando terminara de arreglar los apartamentos, una noche de sexo salvaje. Tuvo dos novios en los cuatro años que estuvo aquí. El primero terminó casándose a los cuatro días de abandonarle. El segundo ya estaba casado y ella era su querida. Él no quería ser padre pero ella se quedó embarazada de otro. La mentira se descubrió cuando tras unas pruebas médicas, debido a un accidente de moto que él sufrió, supieron que el "padre" era estéril desde que se dio el leñazo con la moto, tres meses antes del embarazo. Tras una amniocentesis se confirmó que el niño tenía síndrome de Down. Él le obligó a abortar. Ella, que había dejado durante semanas de fumar porros y de beber alcohol, volvió a las drogas. Al año y medio decidió volver a su Amsterdam natal dejándolo todo. Sus cosas fueron transportadas en sendos camiones cargados de flores con destino a Holanda. Su padrastro, que también se ha separado de su madre, es el dueño de varias empresas importantes pero ella prefiere trabajar en algo relacionado "con perros y gatos". Sigue cada día tumbada en la cama, hablando con sus amistades por Skype y viendo series de televisión en su portátil. En tres meses cumplirá cuarenta y un años. Todavía no sabe qué significa ser feliz. 

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