Cuando Mario Calabresi tenía dos años, unos terroristas de izquierdas le asesinaron. El comisario fallecido fue acusado de haber tirado por una ventana a un anarquista incluso cuando se demostró que no estaba en la misma habitación desde la que fue arrojado al vacío. La sentencia de los comunistas se hizo realidad.
A la afición desmedida de la izquierda por matar al que les apetece, con impuestos o físicamente, se le añade que durante los años del plomo en Italia, el gobierno eligió a ultraderechistas para que cometieran delitos en nombre de la izquierda. Semejante situación provocó que solo se pudiera salir del atolladero o muerto o comunista.
Mario refleja muy bien lo sórdido de unos años que compartimos con el país vecino cuando los otrora etarras, y hoy socios del gobierno de la gente que no recuerda a los compañeros e inocentes que mató la banda, campaban por sus respetos matando a quien les daba la gana. Es más, el autor bien podría haberse cebado contra la panda de acémilas marxistas que defendían, y defienden, que su padre era un asesino fascista, pero no lo hace.
En su ensayo se encarga más de avisar de que lo que sucedió hace varias décadas ya se está repitiendo en Europa. La hegemonía de esta izquierda de millones de euros, de pisotear al contribuyente y de connivencia con los que vienen a comer del cuento es tan repulsiva como los atentados, terroristas y en forma de subida de precios, que perpetran. Sirva el libro como aviso para los lectores que estén pensando en cambiarse de continente para librarse de la que nos espera.
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