En el hospital todos se cruzan con todos mientras escuchan conversaciones y frases que les tiran contra el suelo. "Un niño sí, ya me han hecho la ecografía", "Abuelo, un vaso de leche al día y si no te agrada le pones azúcar", "Usted no le da el alta a mi hermano porque según usted no tiene nada, mi hermano está enfermo". Frases como estas suelen ser la moneda de cambio en el lugar.
Rectángulos de cemento, metal, cristal y cerámica sirven para acostumbrarnos a nuestro ataúd. En la sala de espera un intento de Tony Manero intenta controlar a su pequeña hija que molesta a todos y corre de un lado a otro con sus botas de agua rosas. Una señora que apenas puede andar se arrastra entre dos familiares que parecen llevarla al paredón. Un pijo, que si lo fuera de verdad jamás iría a la sanidad pública, acompaña a su madre y piensa que entra en un lugar destinado sólo a él, por eso no da los buenos días.
Los profesionales de la medicina te animan a vivir la vida lo mejor posible, a morirte lo antes posible, a drogarte lo máximo posible y a cobrarte, vía impuestos, todo lo posible. La estupidez humana y la enfermedad se dan la mano sin piedad. La danza criminal te anima a dirigirte al parking y a no volver hasta que la suerte vuelva a llamar a tu puerta.
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