Suele ocurrirme cuando leo las novelas de Felipe Benítez Reyes que jamás quiero que termine esa experiencia. Sus obras son como aquellos jerseys que tejían las abuelas a mano. Casi se pueden ver los puntos, las costuras y la artesanía que hay en cada novela. En esta ocasión nos encontramos con un relato biográfico, con sorpresa final, en el que todo comienza casi recordándonos a la prosa elegante de Eduardo Mendoza aunque no tarda demasiado en salir a flote esa prosa mágica de tan universal roteño.
Y es que el triángulo de Las Bermudas formado por Rota, Cádiz y Sevilla encierra muchas vidas gastadas y muchos secretos por descubrir. Mientras el escritor nos va contando la historia de Antonio y sus distintas etapas nos vamos topando con frases mágicas que nos hacen reflexionar. Y no es que se trate, como ocurre en otros autores, de frases de sobrecito de azúcar sino de verdaderos ejemplos filosóficos de alguien que ha vivido en los citados lugares.
Lo bueno del caso es que las pinceladas para no dar los nombres reales son tan leves que nos permiten recordar las insoportables charlas de González Tirio, volver a pasarnos por los bares y los cines de verano que el tiempo borró de Rota o pasearnos por las calles de Cádiz y por los garitos de turno. Es esta novela una especie de Cien años de soledad a la gaditana en la que el autor expone los detalles de su universo particular. Es, en definitiva, el producto de la mente de uno de los mejores escritores de nuestro país y un verdadero regalo para cualquiera que ame la literatura.
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