Salman Rushdie es, posiblemente, el escritor que mejor ha aprovechado sus problemas personales para dar a conocer una obra que, en caso contrario, no habría tenido tanta repercusión.
El 12 de agosto de 2022 sufría un apuñalamiento en el que perdió un ojo y estuvo a punto de morir. Cualquier otro habría escrito un panfleto contra la religión musulmana, el totalitarismo y demás, pero Rushdie no. Más bien, tira de cierta ironía para describir cómo se sintió, a qué estaba dedicando los años previos al ataque y cómo era su relación con su mujer.
Es decir, el atentado le ha servido para redactar unas memorias en las que reconoce que los críticos le tienen en el punto de mira por escribir tan mal y por aburrir tanto al personal con obras que no hay por dónde coger.
Esta, aunque corta, es legible al 50 %. El otro 50 % es más bien una espiral sobre el eje argumental que comenta al principio y del que muestra serias dificultades para salir. La sensación es agridulce, pero al menos tira de humor negro para ponerle algo de cómico a un suceso tan trágico como intolerante y repudiable.
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