Parece mentira pero Chris Stewart ha claudicado ante la industria literaria. El que nos enamorara con Entre limones gracias a un estilo fresco con el que nos narraba las mil y una aventuras en su cortijo nos presenta una novela menos acertada que las dos anteriores en la que cambia la experiencia familiar por la personal y cansa al lector como jamás lo había hecho.
Aunque Stewart siempre nos había contado su experiencia personal en El Valero siempre tenía un hueco para su mujer y su hija. Ahora parece más centrado en narrar aventuras algo aburridas que ocupan varios capítulos de una novela que, como suele redactar, apenas llega a las doscientas cincuenta páginas. No negamos que puede ser interesante su excursión a Marruecos para recolectar semillas de una flor autóctona o que el aceite de oliva y su prensado son experiencias para comentar pero al hacerlo se come más de la mitad de la novela y el lector se queda igual.
Salvando esas dos experiencias y la de las cabras que se comen el huerto de su mujer no hay absolutamente nada más. Ni se sabe cómo van las obras en su cortijo, ni cómo se relaciona con sus vecinos, ni qué planes tiene para el futuro ni absolutamente nada. Digamos de que las vivencias en La Alpujarra hemos pasado a sus vivencias en España. ¿Interesante? Sí si no has leído sus dos novelas anteriores, si lo has hecho olvídate de viajar con sus palabras a los valles granadinos y entra a conocer varios aspectos de la cultura andaluza y marroquí.
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