Cada día, sobre las 11 de la mañana, mi vecina de arriba le pregunta a la cartera: «¿Trae algo para Andrés?». Ella tiene 83 años y padece demencia senil. A Andrés se lo llevó su hija a su casa porque sufría la misma enfermedad y más de una vez tuvimos que pararle los pies por su agresividad contra mi vecina. Escucho los pasos de mi vecina desde las diez y media y también la noto asomada a su ventana para saber si llega alguna carta o factura a nombre de su marido.
Lo que no sabe es que Andrés se cayó en la ducha a principios de diciembre y a las 24 horas murió. Son ya más de cuatro meses los que han pasado y su hija le ha comentado que está ingresado en una residencia especial a la que ella no puede ir. Por si acaso, ella sigue siendo la esposa que siempre se encargó del correo, de la niña, de la comida y de todo mientras él trabajaba. Por si acaso, mientras viva, seguirá preguntando si alguien se acuerda de ella o de su marido. Mientras tanto, vive engañada, pero feliz con su trajín de limpiar, lavar, cocinar y planchar. No sabe hacer otra cosa y ya no es tiempo de aprender. Quién sabe qué ocurrirá cuando descubra la verdad.
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