Parecía mentira que el libro anterior del autor pudiera empeorarse, pero si este era el objetivo se ha conseguido con creces. La obra más vendida del momento es un cúmulo de despropósitos con apenas algunos destellos de calidad y muchísima morralla.
Es al principio cuando Vázquez se centra en realizar una especie de crónica social de su tema favorito: él mismo. En algunos fogonazos nos recuerda a Umbral, pero la ilusión se desvanece al intercalar varias cartas a Mila Ximénez, irrepetible, que son el gancho comercial de este libelo.
Por lo demás, pues la clásica carta de amor a sí mismo, pero esta vez convertida en psicoanálisis. Sus comentarios sobre el tratamiento psicológico que le obliga a dejar el alcohol, los pedos que se tira (¡qué obsesión!), su madre, sus hermanas y cómo se acuesta con unos y con otros.
Finaliza con una especie de disociación de la persona y el presentador, pero la obra pierde encanto a medida que vas pasando páginas. No en vano, es exactamente lo mismo que publica en su blog de Lecturas, pero estirando más el chicle para justificar que el personal se gaste el dinero en el libro.
Según él, modestia aparte, está consiguiendo que la gente lea. Otra cosa es que lo que lea sean sus miserias sin novelar, al menos Bukowski tenía la elegancia de darles una pátina de literatura, y que esta obra, de obrar que decían los abuelos, sea tan infumable como casi todo lo que hace su autor. En fin, tras repetir que tiene dinero suficiente para dejar de trabajar en varios pasajes, a ver si es verdad y se dedica al retiro contemplativo. No sirve el libro ni para hacer fuego. Ni plagiando el título de Gerardo Chávez logrará convencerte.
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