Es imposible negar que Poe fue un maestro del relato y que muy pocos brillan a su altura. Ese poder de concretar su mensaje, esa cercanía con el lector y una mente ideal para pintar paisajes terroríficos le ayudaron a convertir sus textos en un magnífico ejemplo de cómo la literatura también admitía fórmulas distintas a las habituales.
Por todo lo anterior, nos sorprende que el autor eligiera la opción de la novela, la única que redactó, para expresar su talento. Primero, se publicó por entregas y ya en julio de 1838 se convirtió en un libro como tal. El recurso de haber encontrado unas notas manuscritas por parte del protagonista que han sido completadas por Poe sirve para crear un excelente punto de partida.
A lo largo de la lectura somos testigos de una travesía horrenda donde no faltan las escenas gráficas, la desesperación, el canibalismo y los elementos más clásicos de su forma de entender la escritura. Sin embargo, en el último cuarto se empiezan a observar algunos destellos de crisis del autor y comienzan a aparecer páginas repletas de detalles sobre las islas por las que pasa el barco que lastran el desarrollo de la historia que, por cierto, queda inconclusa con la excusa de que las notas originales no incluían nada más.
Es como si Poe hubiera intentado salirse de su hábitat y que una vez dentro de la historia no supiera cómo zanjarla. Aun así, el 75 % del texto es excepcional y confirma que no hacen falta 80 páginas para contar algo que bien puede escribirse en cinco. Lectura obligada.

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